Compartimos con ustedes la columna de opinión escrita por el miembro de la comisión política de la Izquierda Ciudadana, Jaime Insunza.
Que falta un relato y un marco conceptual dice uno, que hay sólo ventanas y puertas y no un edificio dice el otro, los un poco más “honestos “ dicen que hay que empezar de cero, o piden “un rediseño global”.
Fraseología, sólo fraseología para no decir la firme.
Son discursos casi calcados a los que en el pasado hicieron anunciando las penas del infierno, cuando se anunció la reforma agraria hace casi 50 años, o cualquier cambio que afectara sus intereses y su poder.
La firme es que lo que no aceptan es que se les acaba el negocio de la educación, que se terminará la segregación educativa y la existencia de cinco o seis calidades de educación dependiendo del sector social al que va dirigido, que se terminará con una calidad educativa que depende del poder económico de quien la recibe y que siempre, hasta en los colegios más cuicos, es mala o, a lo más, mediocre; la firme es que es que la educación va a comenzar a dejar de ser sólo un factor de dominación y será un factor de libertad y derechos.
Hay relato, hay un marco conceptual ordenador, a diferencia de lo que sostiene el presidente de la DC, que está en el programa de Gobierno que su partido aprobó: recuperar la educación como un derecho, fortalecer la educación pública, terminar con el negocio educativo y con el lucro con recursos públicos, poner fin a la segregación educativa, garantizar calidad educativa para todos. Puede que a algunos de sus militantes que están en el negocio educativo no les guste, pero es lo que la DC comprometió ante la ciudadanía. Veamos si es verdad que cumple sus compromisos.
Están propuestas las bases para construir una nueva educación que reemplace el modelo educativo impuesto a sangre y fuego por la dictadura: fin al lucro, a la segregación (selección), al negocio educativo. Puede que a Monseñor no le gusten y quiera mantener privilegios de grupo, pero es lo que se comprometió al país y que la inmensa mayoría de los chilenos apoyó. El nuevo edificio se construirá con todos los que han luchado por ello y los que estén dispuestos a colaborar sobre la base de lo comprometido con la ciudadanía.
Lo que molesta a los del cero y a los del rediseño global es que se va construir una nueva educación que terminará con el modelo educativo que la derecha impuso, sin ninguna discusión democrática ni participación ciudadana sino sólo con el terror de Estado, bajo su dictadura. Un cambio educativo acorde a sus “valores” y “principios”: la educación no es un derecho sino un negocio, un bien de consumo, lo llaman, para que no suene tan mal, y , por tanto, se puede lucrar con ella; la educación debe ser segregada dependiendo del sector social a la que va dirigida, algo relativamente buena para los ricos y escalonadamente cada vez más mala para los sectores de menores recursos. La educación debe seleccionar porque es de mal gusto que personas de diverso nivel social se puedan encontrar en un lugar común.
El resultado de ese proyecto educativo es evidente. Chile es uno de los países con la educación más segregada del mundo, una educación que, según los estándares internacionales, es de baja calidad, tan baja que los mejores estudiantes de los mejores colegios de nuestro país están a nivel de los peores estudiantes de otros países de la OCDE. Ex dirigentes estudiantiles de derecha reconocen que produce “violencia y desesperanza”.
Que la derecha defienda este modelo educativo se puede entender. Desde siempre se han opuesto a una educación de calidad para todos. Más aún, en algún momento de nuestra historia se opusieron a educación para todos. Bastaría recordar que se demoraron más de veinte años en aprobar la instrucción primaria obligatoria cuando controlaban todo el poder del Estado.
Que sectores que se dicen democráticos, que en algunos casos son parte de partidos de la Nueva Mayoría, también lo hagan, es más raro, por no decir inexplicable.
Los Gobiernos de la Concertación se dedicaron a administrar este modelo. Las reformas que se hicieron no cambiaron lo esencial ni mejoraron significativamente los resultados, más aún, en algunos casos, como ocurrió con el copago, fue peor.
Cambiar esta realidad es la gran tarea, el gran desafío que gracias a la movilización social los chilenos tenemos que llevar hoy adelante.
La resistencia es feroz. Se inventan como siempre mil mentiras. Que el fortalecimiento de la educación pública afectará a la “libertad de educación” (¿cuál?, ¿la que está determinada por el dinero?), que se afectará la calidad (¿cuál?, ¿la que según los estándares internacionales es de mediocre a mala y no es mejor en los subvencionados que en los públicos?).
La verdad es que lo único que defienden es el negocio. Al menos en esto, Mariana Aylwin es un poco más trasparente: un poquito de lucro, que sea, dice la ex ministra.
El Estado ha sido el gran educador de nuestro país. El Estado alfabetizó al país, democratizó la educación, permitió que Chile antes que nadie en el continente redujera drásticamente el analfabetismo y fuera ampliando paulatinamente la cobertura en todos los niveles.
La educación pública en Chile no sólo nunca afectó la libertad de educación, al contrario, fue la que garantizó el derecho y la libertad de educación, que antes estaba preferentemente en manos de la Iglesia, dirigida solamente a un sector social y los patrones prohibían a sus trabajadores ir a la escuela.
Fue el Estado el que garantizó la educación y siempre permitió el desarrollo de una educación particular y subvencionó a colegios privados como colaboradores de la función pública que, como es obvio, no podían lucrar con esos recursos, y esos propietarios entendían que cumplían una función social de colaboración con el Estado, que era el que tenía que garantizar el derecho.
La escuela pública, el liceo, la Universidad de Chile fueron constructores de democracia, gestores de ciudadanos que gracias a ello pudieron ejercer libertad y derechos que les habían sido negados por siglos por los grupos de poder identificados con la derecha política más retrógrada, que hacían de la ignorancia un instrumento de dominación.
El sistema impuesto a sangre y fuego por la dictadura que hoy defiende la derecha y, lamentablemente, algunos personeros de la antigua Concertación, renegó, como lo plantea un pensador conservador como Mario Góngora, de ese esfuerzo de más de un siglo, destruyó un siglo de esfuerzos del país en ese campo y volvió a restringir el derecho y la libertad educativa, generando un sistema segregado que en verdad niega la libertad y limita gravemente el derecho a la educación. Le devolvió a la educación el ser ante todo un factor de dominación y no un factor para la libertad.
Esa transformación educativa de la dictadura rompió con una larga historia de desarrollo y fortalecimiento de la educación chilena impulsada desde el Estado también por personeros del mundo de la derecha. Bulnes, Montt, Bello y otros siempre entendieron que el Estado era el único que podía garantizar una educación al servicio del país, como también lo hicieron, desde otras posiciones políticas, líderes como Pedro Aguirre Cerda y Frei Montalva.
Eso es lo que desespera a la derecha, que hoy los estudiantes y los chilenos en general están ejerciendo sus derechos y su libertad para poner fin a un sistema que se los limita e impide y que además es mediocre, ineficiente y no responde a las necesidades nacionales.
Siente que pierde poder. Esa es la firme.